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martes, 2 de febrero de 2021

La llegada de la carne artificial y sus consecuencias para la ganadería


Shutterstock / HQuality
José Antonio Mendizabal Aizpuru, Universidad Pública de Navarra

En la actualidad existe un intenso debate sobre los hábitos alimentarios y su influencia en aspectos como la salud, la preservación del medio ambiente (biodiversidad, emisiones de gases de efecto invernadero, calentamiento global…) o el bienestar animal.

De entre los alimentos que el hombre ingiere –recordemos que la especie humana es omnívora–, son los productos de origen animal los que actualmente están siendo cuestionados por ciertos grupos de población.

Los huevos fueron los primeros. Su consumo se relacionó con tasas elevadas de colesterol y una mayor incidencia de enfermedades cardiovasculares (teorías posteriormente matizadas). En menor medida, también la leche y actualmente, con gran virulencia, la carne, tanto en lo que respecta a su producción como a su consumo.

Haciendo un poco de historia, no viene mal recordar que la especie humana consume carne desde hace dos millones de años. Así lo atestiguan los últimos estudios realizados en el yacimiento de Olduvai (Tanzania), considerada la cuna de la humanidad.

Tampoco está de más subrayar que eminentes paleontólogos defienden que la introducción de la carne en la dieta humana supuso un antes y un después en la evolución de los homínidos, ya que influyó en su desarrollo cognitivo.

Por último, recordamos que el proceso de domesticación, que arranca hace aproximadamente 10 000 años en el cercano oriente, supuso el comienzo de la ganadería. Desde entonces, ha proporcionado a más de 400 generaciones, ininterrumpidamente, carne y otros alimentos básicos para nuestra dieta. Por tanto, es de justicia reconocer la gran aportación que la ganadería supone y ha supuesto a lo largo de la historia de la humanidad.

Sin embargo, desde hace unos años, algunos sectores de la sociedad han comenzado a señalar al consumo de carne como uno de los mayores riesgos para la salud humana. También indican que la producción de carne es uno de los grandes causantes de los problemas medioambientales que nos afectan.

¿Es mala la carne roja para la salud?

Respecto a la primera cuestión, la salud humana, el informe que en 2015 emitió la Agencia Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC), órgano de la OMS, sobre la carcinogenicidad de la carne roja, supuso un punto de inflexión. El IARC clasificó la carne roja en el grupo 2A de la escala de agentes carcinógenos para humanos (escala que va de 1 a 3).

Sin embargo, se basó en una evidencia limitada. Según la OMS, se observó una asociación positiva entre la carne roja y el cáncer, pero no se pueden descartar otras explicaciones para las observaciones. Es decir, otros factores como el sedentarismo y el tabaquismo podrían estar interaccionando.

La carencia de ensayos clínicos en humanos donde se estudie el efecto dosis-respuesta debería ser otra razón para ser prudentes en esta cuestión. Pero, a pesar de todo lo indicado, el mensaje que los medios, mayoritariamente, trasladaron a la opinión pública, en forma de llamativos titulares, fue que el consumo de carne producía cáncer.

Planta piloto de la empresa israelí SuperMeat. Supermeat

Carne roja y medio ambiente

Respecto a la segunda cuestión, los problemas medioambientales, la publicación del informe que en 2019 emitió el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), dependiente de la ONU, supuso otro momento clave.

En dicho informe se atribuyen a las actividades ganaderas unas emisiones directas de 2,3 gigatoneladas (Gt) de CO₂ equivalente/año, un 5 % del total de emisiones. Si se suman a esta cifra las emisiones indirectas (fabricación de piensos, transporte, etc.), se alcanzaría un montante de 7,1 Gt de CO₂ equivalente/año, un 14,5 % de todas la emisiones de origen antropogénico. Sin duda, esta es una cifra significativa pero muy inferior a la generada por otras actividades humanas.

En este contexto, son cada vez más las iniciativas de los ganaderos para incorporarse a la estrategia de la UE para combatir el cambio climático y la degradación del medio ambiente, el Pacto Verde Europeo. Por señalar algún ejemplo de ello, cabe destacar la European Rural Poultry Association ERPA que agrupa miles de granjas avícolas familiares de toda Europa.

El informe del IPCC también señalaba que una forma de mitigar las emisiones es adoptar dietas sostenibles en las que predominen más los alimentos de origen vegetal y menos los de origen animal procedentes de producciones intensivas. Asimismo, se indicaba que la carne artificial, junto con los insectos (aunque no se conoce su huella de carbono) podrían favorecer dicho objetivo.

Dicho informe concluía:

“Las dietas equilibradas que incluyen alimentos de origen vegetal, como las basadas en cereales secundarios, legumbres, frutas y verduras, frutos secos y semillas, y alimentos de origen animal producidos en sistemas resilientes, sostenibles y con bajas emisiones de GEI ofrecen grandes oportunidades de adaptación y mitigación, a la vez que generan cobeneficios significativos para la salud humana”.

Este es el mensaje nítido que nos dejó el informe del IPCC con respecto a nuestros hábitos alimentarios y el cambio climático. Sin embargo, llegó nuevamente al ciudadano, a través de los medios y redes sociales, anunciando que el consumo de carne era el gran responsable de las emisiones de estos gases y del cambio climático.

En este clima de adversidad hacia la producción y el consumo de carne, han ido surgiendo empresas que han conformado un nicho propio. Estas se han “apropiado” de denominaciones propias de la carne –que en ocasiones producen confusión en el consumidor– y han asemejado su textura y color propios, pero con componentes vegetales.

Vista de un plato con carne artificial procedente de células de pollo cultivadas in vitro del restaurante The Chicken con la planta piloto de SuperMeat al fondo. Supermeat

La carne artificial llega ya al consumidor

Paralelamente, esas mismas empresas y otras nuevas se han encaminado hacia la producción de carne artificial. Sus primeros productos comienzan ahora a llegar al consumidor.

Recientemente, en Israel, se ha abierto un sofisticado y singular restaurante donde se ofrece carne artificial procedente de células de pollo cultivadas in vitro. Asimismo, en Singapur ya ha sido autorizada la comercialización de esta carne.

Estas empresas dedicadas a la producción de carne artificial indican que se fundamentan en la producción ética, ecológica, el bienestar animal y el respeto al medio ambiente.

Pero ¿es más ético y ecológico un proceso productivo que se basa en extraer células vivas de un animal (su hábitat natural) para que proliferen en un entorno de laboratorio (totalmente ajeno), en el que con frecuencia se utilizan factores de crecimiento como el suero fetal bovino (FBS), que la ganadería tradicional para producir carne? ¿No resulta paradójico que se señale el bienestar animal como otro de los rasgos identificativos de estas empresas, cuando indican que esta forma de producción no precisa de animales?

En este contexto, la ganadería tradicional continuará encargándose de preservar hábitats de alto valor ecológico, como la dehesa o las zonas de montaña. Se ocupará de conservar las razas autóctonas, de mantener limpias las zonas boscosas y de pastos para prevenir los incendios. Además, dará vida a los pueblos vacíos y, por supuesto, producirá alimentos sanos, ecológicos y de calidad nutritiva y sensorial contrastada.

Por ello, los ganaderos tendrán que demostrar y convencer al consumidor –que es quien tiene la última palabra– de las bondades de su producto natural, cercano, sostenible e integrado en la economía circular, respetuoso con el medio ambiente y con el bienestar animal. Ese es su reto.The Conversation

José Antonio Mendizabal Aizpuru, Catedrático de Producción Animal, Universidad Pública de Navarra

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

La carne cultivada ha sido aprobada para los consumidores por primera vez

Dos de los pinchos de pollo de Just.

Los asistentes a restaurantes en Singapur pronto tendrán la oportunidad de comer nuggets de pollo cultivados en biorreactores

Por Niall Firth / Dic 1, 2020

Traducido por L. Domenech

Se ha dado luz verde al primer producto cárnico cultivado en laboratorio o cultivado para su venta para consumo humano. En la histórica aprobación, los reguladores de Singapur otorgaron a Just, una startup con sede en San Francisco, el derecho a vender pollo cultivado, en forma de nuggets de pollo, al público. Solo había estado trabajando con los reguladores durante los últimos dos años y obtuvo la aprobación formal el 26 de noviembre. El organismo regulador de Singapur reunió un panel de siete expertos en toxicología alimentaria, bioinformática, nutrición, epidemiología, política de salud pública, ciencia de los alimentos y tecnología de los alimentos, para evaluar cada etapa del proceso de fabricación de Just y asegurarse de que el pollo sea seguro para comer. “No solo miraron el producto final; analizaron todos los pasos que llevaron a ese producto ", dice Josh Tetrick, cofundador y director ejecutivo de Just. “Nos impresionó lo reflexivos y rigurosos que fueron”. Un restaurante aún sin nombre en Singapur pronto será el primero en tener pollo cultivado de Just en el menú, pero Tetrick dice que planea expandirse después de eso. "Pasaremos de un solo restaurante a cinco o diez y luego, finalmente, al comercio minorista y luego, fuera de Singapur", dice.

La mayor parte de la carne cultivada se elabora de forma similar. Las células se toman de un animal, a menudo mediante una biopsia o de una línea celular animal establecida. Luego, estas células se alimentan con un caldo de nutrientes y se colocan en un biorreactor, donde se multiplican hasta que hay suficientes para cosechar y usar en albóndigas o pepitas. Se han fundado una gran cantidad de nuevas empresas utilizando variaciones de este enfoque, con la creencia de que la carne cultivada atraerá a los flexitarianos: personas que desean reducir la cantidad de carne que comen por razones éticas o ambientales, pero no quieren renunciar a ella enteramente.

La industria en ciernes ha progresado mucho desde que se cocinó una hamburguesa de 330.000 dólares en la televisión en 2013, impulsada por la idea de que si se hace bien, la carne podría producirse con emisiones de gases de efecto invernadero mucho más bajas y sin sufrimiento animal. Pero el costo sigue siendo un obstáculo: el alto precio de los factores de crecimiento necesarios para desarrollar las células significa que los precios de los productos cárnicos cultivados puros todavía se miden en cientos de dólares por libra, demasiado caro para competir con la carne normal. Así que los primeros productos de pollo de Just serán los "bocados" de pollo que usan células de pollo cultivadas mezcladas con proteína vegetal, aunque Tetrick no dijo en qué proporción. “Los nuggets de pollo ya están mezclados, este no será diferente”, dice. Los bocados se etiquetarán como "pollo cultivado" en el menú del restaurante.

La decisión de Singapur podría impulsar la primera ola de aprobaciones regulatorias en todo el mundo. “Esperamos que Estados Unidos, China y la UE recojan el guante que acaba de lanzar Singapur”, dice Bruce Friedrich, director ejecutivo del Good Food Institute, una organización sin fines de lucro que trabaja en alternativas a la carne. "Nada es más importante para el clima que un cambio de la agricultura animal industrial". Si bien Just los ha vencido hasta el final, muchas grandes empresas ya están trabajando con los reguladores para llevar sus propios productos al mercado. Esto no es algo que deba apresurarse, dice Friedrich: "Es fundamental que las empresas de carne cultivada sean más cuidadosas y vayan más allá de las expectativas del consumidor para garantizar la comodidad del consumidor con sus productos". Memphis Meats, que cuenta con Bill Gates, Richard Branson y el fabricante de carne tradicional Tyson Foods entre sus muchos inversores, se ha asociado con varias otras empresas, incluidos Just y los fabricantes de mariscos cultivados BlueNalu y Finless Foods, para formar un grupo de presión que está trabajando con los reguladores estadounidenses para obtener la aprobación de sus productos.

La forma en que eso podría suceder realmente solo se resolvió hace relativamente poco tiempo. En marzo de 2019, se anunció que la FDA regularía las primeras etapas del proceso de cultivo de carne, incluidos los bancos de células y el crecimiento celular. El Servicio de Inspección y Seguridad Alimentaria del Departamento de Agricultura de los EE UU se hará cargo de la etapa de recolección de células e inspeccionará las instalaciones de producción y aprobará las etiquetas utilizadas en los productos cárnicos cultivados. En Europa, las empresas deben solicitar la autorización y cumplir con la normativa de la Unión Europea sobre nuevos alimentos. Es probable que el proceso demore al menos 18 meses y aún no se ha presentado ninguna empresa de carne cultivada. Tanto en Singapur como en Israel se ha dado la bienvenida activamente a las nuevas empresas de carne vegetal y cultivada, dice Freidrich. Los gobiernos deberían seguir su ejemplo y comenzar a tratar esto como iniciativas en energía renovable y salud medioambiental global, dice. “Necesitamos un compromiso del tipo de la carrera espacial para hacer carne a partir de plantas o cultivarla a partir de células”, dice. "Necesitamos un Proyecto Manhattan enfocado en rehacer la carne".

El artículo original se puede leer en inglés en MIT Technology Review